La evolución de la pelvis humana


Nuevos descubrimientos paleontológicos suscitan preguntas acerca de la pelvis y del largo proceso que culminó con su peculiar forma. Preguntas del tipo: ¿Cómo era el parto de las neandertales? ¿En qué momento surgieron las diferencias entre la pelvis masculina y la femenina en nuestros antepasados? ¿cómo hemos llegado hasta aquí y por qué somos los únicos supervivientes de nuestra familia?
Hace entre trece y siete millones de años, nuestro linaje se separó del que culminó con el chimpancé, Pan troglodytes. El último antepasado común de ambos probablemente vivió en un ambiente forestal. Los especialistas creen que su esqueleto tuvo que estar adaptado a la vida arbórea y, por tanto, su morfología debió de ser más parecida a la del chimpancé que a la del hombre. Tras la separación de aquel antepasado común, el camino que conduce hasta el ser humano quedó marcada por numerosas especies de homininos.
Hasta no hace mucho era común creer que el camino evolutivo que conducía hasta la humanidad era una línea recta, idea razonable si tenemos en cuenta que apenas se habían hallado fósiles de homininos, siendo lo más sencillo imaginar que a una especie simiesca de aspecto primitivo fue sucedida por otras especies más modernas, en un proceso lineal que culminó con Homo sapiens sapiens. Hoy disponemos de muchos más fósiles para trazar el árbol genealógico de los homininos y sabemos que la evolución rara vez sigue una trayectoria recta, siendo como en tantas otras especies zoológicas, enrevesada.
La morfología de la pelvis humana se ha explicado en primer lugar por la adopción de la marcha bípeda y, en segundo lugar, por la necesidad de dar a luz bebés dotados de un cerebro voluminoso.
Sin embargo, las pelvis de homininos fósiles descubiertas en los últimos 15 años han puesto en entredicho la segunda parte de esa hipótesis, pues muestran rasgos anatómicos discordantes con el volumen cerebral atribuido a la especie o al linaje.
Ahora se barajan otras razones, como son la variación de la morfología pélvica con la edad o cambios en su constitución propiciados por una alimentación rica en carbohidratos, atípica en la historia de nuestra especie.
Si existe una pieza importante de nuestra historia pasada es la pelvis, pues la de los homininos difiere notablemente de la del chimpancé y, por tanto, de la de nuestro último ancestro común. La mayoría de los paleoantropólogos están de acuerdo en que cuando los homininos empezaron a caminar sobre sus miembros posteriores, un modo de locomoción que llevamos practicando desde hace más de tres millones de años, la cintura pélvica cambió para facilitar la marcha bípeda. Por el contrario, la pelvis del chimpancé se extiende por la parte inferior de la espalda para sostener la parte baja del cuerpo cuando se balancea en los árboles, pero, en contraposición, dificulta su marcha cuando camina de pie, requiriendo una demanda mayor de esfuerzo y gasto energético. En cambio, la de los homininos es corta y robusta, lo que ayuda a sustentar y equilibrar sin gran esfuerzo el peso de la parte superior del cuerpo durante la marcha. En los homininos fósiles observamos semejanzas con esa pelvis acortada nuestra, si bien ninguna es idéntica a otra: cada especie presenta leves diferencias con respecto a las demás.
La pelvis es una estructura compleja constituida por los dos coxales y por un hueso triangular llamado sacro. Este se encuentra en la base de la columna vertebral y cierra la pelvis por la parte posterior. Unido a los coxales, podemos ver el resultado como un anillo robusto de cuya parte superior sobresalen dos alas que se proyectan lateralmente. El anillo protege el tramo inferior de los intestinos y soporta el peso de la parte superior del cuerpo, y además, en la mujer cumple la función de canal del parto.
Cada coxal está compuesto por el ilion (el ala y la parte superior del anillo), el isquion (la parte inferior del anillo) y el pubis (la parte superior delantera del anillo). el anillo) y el pubis (la parte superior delantera del anillo). El ilion y el isquion han sufrido numerosas modificaciones en el linaje evolutivo de los homininos desde que este se separara del linaje del chimpancé. Por tanto, difieren notablemente de las de nuestro pariente vivo más próximo. En el ser humano, las alas ilíacas de los coxales se proyectan hacia los lados de la pelvis. En cambio, en el chimpancé son altas y estrechas, además de proyectarse desde la parte posterior. Por su parte, el isquion, es más corto que el del chimpancé.
En los homininos las alas ilíacas se hallan siempre a los lados, pero el ángulo que forman con el canal del parto varía de una especie a otra. Durante décadas, los paleoantropólogos han achacado las diferencias que separan a los homininos a las necesidades de espacio impuestos por el canal del parto, pero esa interpretación está cambiando. En virtud de su pelvis alargada, producto de sus altas alas ilíacas y del isquion largo, el chimpancé dispone de un margen holgado para que las crías, dotadas además de un cerebro pequeño, nazcan sin dificultad. En cambio, el isquion corto y la reorientación del ala ilíaca hacen que el canal del parto humano sea más angosto, lo que, sumado al voluminoso cerebro del bebé, suponen un parto laborioso y doloroso.
Los especialistas planteaban que puesto que el nacimiento ha ganado en complejidad, en parte por el aumento del volumen cerebral, la pelvis (sobre todo la femenina) ha ido cambiando su forma paulatinamente para ensanchar el canal del parto, siendo el resultado un conjunto de rasgos anatómicos que diferencian la pelvis femenina de la masculina y que son independientes de la talla corporal. Aunque este modelo es plausible, no concuerda con los indicios que sobre la pelvis nos aporta el registro fósil, pues restos fosilizados de homínidos recientes con morfología primitiva revelan que el volumen cerebral empezó a crecer hace alrededor de dos millones de años, en la misma época en que surgía el género Homo. El problema, que de ese período se conservan muy pocos restos de pelvis.
Al hallazgo de homínidos modernos con pelvis morfológicamente primitivas le siguieron hallazgos de hominidos primitivos pelvis morfológicamente modernas. En 2010 se halló en Sudáfrica dos esqueletos de la especie Australipithecus sediba, los cuales presentaban una morfología moderna en la pelvis y una morfología primitiva en el resto del esqueleto. Entonces, si hasta ahora creíamos que la pelvis había evolucionado para dar a luz a individuos con cerebros voluminosos, si los australipithecus no poseían un cerebro grande ¿por qué la pelvis de Austrlopithecus sediba había evolucionado?
A estos hallazgos debemos sumar otro en 2015, el hallazgo de multitud de restos en una cueva de Johanesburgo, a partir de los cuales se identificó la especie Homo naledi. Entre los restos pélvicos encontrados, se evidencia que presentaban una amalgama de rasgos primitivos, similares a los de Australopithecus, y modernos, similares a los nuestros.
Actualmente contamos con tres especies del género Homo con caderas similares a la de los Australopithecus, al menos por el ala ilíaca, y una especie de Australopithecus con caderas similares a las humanas. Además, la gran variación pélvica existente evidencia que su evolución no pudo ser unidireccional y la posibilidad de que el parto no fuera el motor evolutivo. Para responder a la incógnita sobre el motor evolutivo de la pelvis, se están barajando otras hipótesis más complejas.
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Cambios en la pelvis que ocurren a lo largo de la vida de un individuo (Alik Huseynov). Si esta hipótesis fuera cierta, sería una variable a tener en cuenta en a interpretación de las diferencias entre fósiles.
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Papel de la nutrición en la formación del esqueleto (Jonathan Wells). Esta hipótesis sostiene que los problemas en el parto surgieron por primera vez con la aparición de la agricultura, que modificó drásticamente la alimentación humana. En caso de ser cierta esta hipótesis tendría dos implicaciones: la primera, y como apuntan los recientes restos fósiles, el parto no podría ser el único condicionante de la evolución pélvica humana, y, la segunda, los especialistas necesitan conocer mejor la alimentación de los homínidos para interpretar las diferencias existentes entre las pelvis fósiles.
Es evidente que, para comprobar estas y otras hipótesis similares es necesario profundizar en las razones de las diferencias existentes en la morfología la pelvis humana actual. Y aunque, se ha invertido mucho tiempo en explicar como el parto influyó en la evolución de la pelvis, pudiéndose haber escapado la explicación correcta por alto, aún es hora para buscar lo desconocido.
¿Quieres saber más? Te dejamos algunas referencias interesantes.
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The reconstruction of the pelvis. A. Walker y C. B. Ruff en The nariokotome Homo erectus skeleton, dirigido por A. Walker y R. E. Leakey, págs. 221-233. Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1993.
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A female Homo erectus pelvis from Gona, Ethiopia. S. W. Simpson et al. en Science, vol. 322, págs. 1089-1092, 2008.
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A partial pelvis of Australopithecus sediba. J. M. Kibii et al. en Science, vol. 333, págs. 1407-1411, 2011.
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The obstetric dilemma: An ancient game of Russian roulette, or a variable dilemma sensitive to ecology? J. C. K. Wells, J. M. DeSilva, y J. T. Stock en American Journal of Physical Anthropology, vol. 149 (S55), págs. 40-71, 2012.
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Primitive pelvic features in a new species of Homo. C. VanSickle et al. En American Journal of Physical Anthropology, vol. 159 (S62), pág. 321, 2016.
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Homo naledi pelvic remains from the Dinaledi chamber, South Africa. C. VanSickle et al. en Journal of Human Evolution, en línea, noviembre de 2017
Fuente: Investigación y Ciencia. American Scientist Magazine