Falsificaciones prehistóricas. La cueva de Socampo y el Cuetu Lledías
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La arqueología ha sido, desde sus orígenes, objeto de falsificaciones, tanto para tener ganancias económicas, como para dar una "base científica" a teorías que carecen de ella. En el estudio de la prehistoria, es célebre el caso del Hombre de Piltdown, que fue presentado como el eslabón perdido que uniría al hombre moderno con sus antepasados. Este problema no sólo supone una pérdida de recursos mientras se investiga la falsificación como si fuera auténtica, y también falsea el registro arqueológico (pudiendo hacer llegar a los prehistoriadores a conclusiones erróneas), sino que también obliga a que los hallazgos auténticos puedan ser tachados de falsos (con peligro de ser destruidos), provocando enfrentamientos entre los especialistas. El más célebre de estos casos, es el de la Cueva de Altamira, ampliamente conocido por todos y que fue usado como promoción del "genio español precoz", o incluso como "prueba" de teorías creacionistas, ya que las corrientes de estudio creían que el hombre prehistórico había ido evolucionando desde la simplicidad artística hacia un mayor naturalismo de forma gradual. Más reciente, fue el caso de Foz Coa, en Portugal, descubierto al inicio de los trabajos de construcción de una presa y silenciado entre 1992 y 1994. Más descubrimientos, tanto en Portugal como en España, llaman la atención sobre los yacimientos del Valle del Coa, y se inician los enfrentamientos entre la constructora y un movimiento académico y social que no quiere que sean destruidos. En este contexto, aunque algunos especialistas ya habían confirmado la antigüedad del yacimiento, un estudio contratado por la multinacional lo puso en duda y no fue hasta que fue descubierta la llamada roca 1 de Fariseu, que se pudo poner en un contexto definido y dar protección a lo que hoy es el conjunto de arte rupestre más grande de la península ibérica y patrimonio de la humanidad.
Sin embargo, no siempre ha sido sencillo detectar las falsificaciones en el arte rupestre. Las características que muestra, a diferencia de otras tipologías artísticas, pueden ser fácilmente imitables, ya que emplean colores naturales y materiales que pueden ser reproducidos con relativa facilidad y, además, la situación y el aislamiento que suelen presentar estos conjunto hacen sencillo el que sean manipulados. Este es el caso de la cueva de Santimamiñe, que fue modificada tras su descubrimiento, añadiendo detalles en varias de las figuras existentes, y que fueron descubiertas al repasar los calcos y las primeras fotografías hechas del conjunto. Otros ejemplos no pueden ser tomados como falsificaciones, como por ejemplo las cuatro manos negras en positivo de la cueva de La Pileta, en Málaga, que, aunque están hecha a principios de los sesenta, son el resultado de una reunión nacional de espeleología y que, aunque no están hechas con ánimo de falsificar el conjunto para aumentar su valor, falsean la realidad arqueológica del lugar y pueden llevar a errores de interpretación.
Por otra parte, todas estas falsificaciones y la necesidad de demostrar la autenticidad de los hallazgos auténticos han promocionado el uso de nuevas metodologías, tanto científicas (métodos de datación, estudio de los pigmentos, estudios ambientales de las cuevas) como estilísticas (tras la autentificación de Altamira se desterró la idea de que el arte prehistórico había sufrido una evolución, de unas características más simples a unas más complejas, de una forma universal y lineal; en favor de distintos focos con distintas características que conviven en el tiempo).
En los primeros años del S. XX, Asturias se convirtió en el epicentro de la investigación prehistórica, llegando a ser objeto de estudio de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas (CIPP), el organismo oficial encargado del estudio de la prehistoria española. Serán los primeros en llevar a cabo la documentación gráfica del arte rupestre en nuestro país, conservándose miles de documentos como calcos y láminas en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Sin embargo, el auge de estos estudios hace que, aunque la investigación prehistórica sea una actividad hecha por especialistas, respaldados por una institución pública o privada, empiecen a surgir aficionados y eruditos locales que, aunque tienen una cierta formación humanística, no son especialistas, sino que están apoyados por las autoridades locales y trabajan relativamente aislados de la comunidad científica. En este contexto, el estudio del arte rupestre y la prehistoria es visto como una afición y son comunes en la zona asturiana las visitas masivas a cuevas con arte rupestre que, aunque eran con fines educativos, son principalmente organizadas por los vecinos de la localidad para explotarlas turísticamente.
La gestión vecinal acabó provocando, debido a las visitas masivas, la destrucción de los alrededores de los conjuntos (normalmente con la construcción de carreteras para posibilitar la llegada de turistas) y el uso indiscriminado de estos mismos (dañando las cuevas para posibilitar que entrara más gente, haciendo agujeros para colocar iluminación eléctrica o, incluso abriendo las entradas con dinamita) obligó a la Diputación Provincial asturiana a tomar, en los años veinte, las primeras medidas de protección del patrimonio prehistórico y rupestre y a intentar regular las visitas.
En este contexto, en los años treinta, surgen una gran cantidad de falsificaciones de arte rupestre en Asturias, gracias a una menor presencia de la CIPP, que las medidas tomadas por la Diputación favorecían al arqueólogo aficionado local y que el turismo cultural era una gran ayuda a la economía local.
La cueva de Socampo fue descubierta en Marzo de 1933, por vecinos de la localidad de Nueva Llanes. Consiste en una cueva con una galería vertical de acceso y dos cámaras con conjuntos rupestres, consistentes en tres figuras animales y signos cuadrangulares y claviformes, pintados en rojo. Aunque, en principio, se considera auténtica, el dibujante de la CIPP, Francisco Benítez Mellado presenta, en Octubre del mismo año, un informe para una sesión de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria, en la cual define a la cueva (que había visitado) como "una falsificación vulgar de algún bromista de nuestros días".
Este informe sienta muchas bases de la investigación científica del arte rupestre, ya que no sólo relaciona las características de la cueva (el acceso por una sima vertical, sin otras entradas cegadas no es propio de cuevas con arte rupestre), sino que la estudia científicamente (los aspectos geológicos, arqueológicos y de conservación del conjunto). Así, no encuentra indicios de conservación diferencial en las pinturas, ejecutadas todas con el mismo tono bermellón, a pesar de que la cueva es calcárea y presenta formación de gotas de agua en toda su superficie (lo que habría, al menos, desgastado parte de las pinturas), que tampoco presentan pátinas de cal sobre ellas; técnicamente, los motivos pintados resultaron ser más propios del arte al aire libre de la zona galaica, usando la técnica del grabado, que de una pintura rupestre asturiana. Al estudiar la cueva no encuentra restos de actividad humana o animal, y, además, localiza lo que parece restos de un brochazo en el suelo bajo uno de los motivos y grafitis con el nombre de uno de los descubridores. Finalmente, el informe de Benítez Mellado acaba con el primer análisis de pigmentos aplicado al arte rupestre asturiano, que acabaría confirmando las sospechas de falsificación, ya que el pigmento empleado resultó ser de fabricación industrial.
Tras la polémica con Juan Cabré (que había sido el encargado de verificar la autenticidad de la cueva y que, comparando los motivos con grabados galaicos y portugueses, había considerado que esos motivos eran sólo conocidos por expertos, por lo que no eran accesibles para un falsificador), la Junta para Ampliación de Estudios, conociendo el análisis de los pigmentos solicitado por Benítez Mellado, declara que es una falsificación, por lo que fueron destruidas, piqueteadas y recubiertas de pintura roja en la década de los cuarenta.
La falsificación de la cueva de Socampo no es sólo relevante por presentar el primer análisis de pigmentos al arte rupestre asturiano, sino que pone de relevancia el descontrol que había en la zona y la falta de rigor en las investigaciones de arqueólogos aficionados, muchas veces promovidas por autoridades locales. Esto supone el inicio de un periodo de revisión e investigación en Asturias que, aunque se ve frenado durante la Guerra Civil, nunca se detiene.
Un caso totalmente distinto es el del Cuetu Lledías, que fue "descubierto" en los años treinta en la localidad de Lledías, también en Llanes, por el arqueólogo Cesáreo Cardín Villa. A pesar de no ser un académico, la experiencia que tenía, tanto como descubridor de distintas cuevas como capataz y excavador en yacimientos, le había proporcionado un amplio conocimiento en prehistoria. Así, a lo largo de los años treinta, fue excavando, acondicionando y decorando una cueva en su propia casa, hasta llegar a una cueva de 42 metros de largo, y unos 2 metros de altura media, decorada con 12 bisontes, 7 ciervos, 4 ciervas, 4 caballos y 3 íbices. La cueva estaba diseñada como un museo, de modo que contaba con pasos, escaleras, luz eléctrica y una disposición que permitiera ver con las pinturas a numerosos turistas. Sin embargo, acabó sirviendo de refugio durante los bombardeos de la Guerra Civil. Fue ya durante la dictadura que hubo oportunidad de estudiarla, aunque el organismo encargado se centró en la opinión del Conde de Vega del Sella, que aunque era un especialista en prehistoria no había visitado la cueva.
A pesar de que algunos especialistas, encabezados por el Comisario General de Excavaciones Arqueológicas, Julio Martínez Santa-Olalla, dudaban de la autenticidad del hallazgo hasta el punto de pedir su opinión al Abate Breuil (figura clave en el estudio de la prehistoria francesa), la Diputación dio por auténtica la cueva, iniciándose las medidas de protección y acondicionamiento para su explotación turística. Durante la década de los cincuenta, y coincidiendo con un periodo de gran interés sobre el paleolítico en España, se estudiará y excavará la cueva por especialistas, ayudados por su propietario y autor Cesáreo Cardín, llegando a exponer las piezas encontradas dentro en el Museo Arqueológico Provincial de Asturias. Las repetidas sospechas de falsificación (sobre todo el hecho de que se encontrase justo debajo de la casa de su descubridor) hace que, a finales de la década, se encarguen los primeros estudios científicos (y no sólo estilísticos, como había sido hasta la fecha) y se empiecen a datar los restos óseos encontrados en las excavaciones. Cardín había dedicado años a realizar una falsificación en la que se mezclaban pinturas hechas por él mismo, con pigmentos naturales (Cardín había colaborado en las investigaciones de Socampo), con piezas robadas de otras excavaciones y falsificaciones, enterradas simulando la disposición de las excavaciones en la que había trabajado.
Durante los sesenta y setenta, la cueva fue vaciada, abierta totalmente y estudiada de forma científica, descubriéndose la falsificación, pero la administración regional, apoyándose en los estudios de los aficionados de la región y en las autoridades que habían dado por bueno anteriormente el yacimiento, siguió explotando turísticamente el yacimiento hasta finales de los años setenta, durante los que la inclusión de la cueva de Tito Bustillo en 1971 fue restando gradualmente protagonismo e ingresos al Cuetu Lledías, que acabaría gestionado por la familia de Cardín hasta 2001, año en que el Ayuntamiento de Llanes adquirió la casa y la cueva con la intención de convertirla en un Aula didáctica de la pintura paleolítica. A pesar de que la casa se encuentra, en la actualidad, en ruinas y que la cueva no está abierta oficialmente, se puede visitar, aunque no ya como una cueva con arte rupestre, sino como una elaborada falsificación.