¿Me echas una mano?

20.07.2020
Dos vistas de la mano izquierda de Ardipithecus ramidus, con el hueso ganchoso marcado. Fuente: Revista SCIENCE 326, 2009
Dos vistas de la mano izquierda de Ardipithecus ramidus, con el hueso ganchoso marcado. Fuente: Revista SCIENCE 326, 2009

Las manos son, posiblemente, una de las partes del cuerpo que más se usan en el día a día. Se hace muy complicado la posibilidad de vivir sin una de ellas y, de hecho, la vida parece dificultarse cuando se tiene algún tipo de molestia o dolor. Sin embargo, no siempre fueron las manos humanas como las actuales y no siempre tuvieron la misma funcionalidad.

En el caso de los pies también ha habido bastante cambio, ya no sólo en la funcionalidad sino sobre todo, en la estructura anatómica. La adaptación al medio, la climatología y la evolución hicieron que aquellos caracteres más funcionales y que permitían una mejor supervivencia de los individuos se fueran imponiendo.

Para empezar hay que decir que, aunque ahora mismo las manos y pies de primates y humanos son bastante diferente, en las primeras etapas de la evolución no había tanta. La vida arborícola de las primeras especies homínidas hizo que sus manos estuvieran adaptadas a una movilidad que, hoy en día, quedaría extraña. En Ardipithecus ramidus se encuentra el inicio de una ligera modificación en la forma del pulgar, hacia una forma más alargada que se aleja de los primates. ¿Cuál podría haber sido el motor de este cambio?

La opción más lógica partiría de una serie de mutaciones o modificaciones genéticas favorecidas por cambios ecológicos. Esta idea partiría del hecho de que sólo aquellos individuos que tienen una mayor adaptación al ambiente o unos atributos anatómicos más favorables serían quienes tendrían descendencia, tal y como explicaría una versión simplificada y rápida de Darwin. En el caso de los incipientes homininos, esta adaptabilidad habría estado relacionada con el uso y fabricación de herramientas o la propia locomoción.

En Arqueología, cuando un elemento no ha variado apenas desde su concepción se considera que tiene una forma inmóvil. En el caso de la mano del ser humano actual, sí que es cierto que hay diferencias si se compara con el resto de homínidos; pero, para el equipo de investigación del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont ni siquiera se habría dado una evolución tan drástica de las manos desde que se formó el clado hominino. El proceso evolutivo también ha afectado a chimpancés, gorilas, etc.; es decir, a los grandes primates lo cual elimina el concepto de que tenían su forma definitiva hace millones de años.

En el caso de los humanos, el único cambio más notorio es un pulgar que se alarga un poco y el resto de dedos, que se acortan en busca de una proporcionalidad. Pensando fríamente, estos cambios tampoco son tan significativos a nivel anatómico, aunque a niveles antropológicos sí que lo sean y representen un cambio muy importante. Según los estudios, los homininos ya habrían podido realizar la pinza de precisión que suele marcarse como un rasgo puramente humano; esto significa que hace unos 5 millones de años ya se podía hacer. La posibilidad de fabricar o utilizar herramientas físicamente era posible, por tanto, aunque no se hayan encontrado asociadas en yacimientos con una antigüedad de 2 millones de años.

No sólo se abre una puerta al estudio del porqué no se desarrollaron herramientas habiendo una posibilidad; sino que la locomoción también tendría una nueva perspectiva de estudio ya que una mano con pulgar oponible no se relaciona con una vida arbórea esencialmente, más bien al contrario.

¿Qué ocurre entonces con las teorías evolutivas? La cuestión es que la antropología muta en su discurso siguiendo una metodología de investigación, que implica analizar resultados e ir actualizando las principales teorías tal y como se plantea en el método científico. Desde el inicio del estudio de los orígenes del Homo sapiens, la forma de entender e incorporar al discurso ha ido variando conforme se ha llegado a nuevas conclusiones.

La Prehistoria es un periodo larguísimo en el que no se tienen unos documentos narrativos que acompañen a los distintos acontecimiento; sin embargo, sí que hay información suficiente como para generar esa narrativa. Sólo hay que saber interpretar los datos y tener voluntad de aprendizaje.